Historia de la libreta del almacen

A Daniel Naamán lo conocen como «El turco»; en su despensa todavía hay vecinos que pueden sacar algunos productos fiados que él anota en papelitos de colores y va guardando. Hace 46 años que tiene ese comercio y asegura que los clientes actuales son la tercera generación. «Comencé con los abuelos, los padres y ahora me tocan los nietos o vecinos nuevos».

Dice que prefiere no llamarle fiado, sino «anote provisorio». «Antes el fiado era por más plata, ahora no supera los $100», agrega. Este beneficio es para algunos vecinos cumplidos que pagan religiosamente sus cuentas. En la verdulería de Noemí Díaz, en el barrio Las Marías,todavía corre la «libretita» para algunos clientes, que ella aclara, «son contados con los dedos de la mano».

Dice que a pesar de que el cliente trae su libretita para que ella le anote lo que se lleva, lo mismo lleva un registro en su cuaderno. «Mi marido es más confiado, él anota en la libreta del cliente y se olvida del cuaderno, pero yo no», explica.

Es una gran ventaja para los que a fin de mes necesitan papas, zanahorias, lechuga o cebollas y no tienen efectivo. «Nunca tuvimos problemas; cuando cobran vienen y nos pagan. Es mensual», aclara Noemí.

«Yo no fío, pero mi marido sí… pobre», comenta doña Teresa, que hace 35 años está al frente de un almacén en Chile al 3.000. Pese a que tuvo varias malas experiencias -una vez le quedaron debiendo más de $ 1.000 pesos-, lo mismo su marido elige confiar, aunque cada vez menos. Ellos tienen una carpeta con separadores en la que anotan por orden alfabético los apellidos y las «cuentas pendientes».

«Ella es buena vecina», dice Teresa cuando ve entrar a Elsa Milania. Lo de buena es un título ganado porque se trata de una mujer prolija con las deudas y una pagadora a término. «A mí todos en el barrio me fían», responde orgullosa la buena vecina cuando se le pregunta si todavía hay comerciantes que fían.

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