Decile a don Pepe que te lo anote

Durante muchas décadas no solo proveyeron de comestibles y bebidas a toda la aldea, sino que constituían el círculo perfecto para comprender, informarse digamos, de todos los pormenores de la zona. Los viejos almacenes eran algo así como especie de centros comunitarios a los que iba la gente a llevar sus historias de cada día.

Toda la mercancía suelta estaba esperando su destino en grandes contenedores de madera hasta que el propietario te atendía por el mostrador y luego detrás de la caja. ¿se acuerdan de las expositoras de fiambres y pan, que prestaban su fachada a todo tipo de aviso sobre las actividades, ventas, y otros anuncios del lugar?

Quizá algunos viejos almacenes se hayan internado en recorridos de tierra, con sus antiguas balanzas y carteles de hojalata, bastante despintados y asolados por la lluvia y el paso del tiempo.

Son los almacenes de barrio, esa original combinación de tribunal, club de madres, cancha de fútbol, y colección de juegos adonde se intercambian asombros por el costo de la vida, comentarios de los partidos del domingo, chismes sobre trastornos de gobierno y chimentos recién pensados sobre la historia del vecindario, sin perdonar categoría social, época o sexo.

Esa muerte lenta no obstante infalible esta siendo provocada por los hipermercados que ponen al alcance de todos la mas animada variedad de géneros de toda índole». El famoso «decile que lo anote y no te olvides de la yapa».

Porque en mi ciudad, Rosario, el almacén fue (hasta los años 70) un punto de referencia en el barrio o en una cuadra del centro. Todos tenían el cartelito hecho a mano de «No Se Fia», luego era como chiste porque al final fiaban a medio barrio.

Era la época en que corría ese trato de confianza mutua, en otras palabras, en la libreta que llevaba cliente y en la que se anotaban los pagos. Gran parte de la mercancía que se vendía era suelta. El almacenero ponía un papel sobre el plato de la romana y seguidamente el producto.

Lo envolvía en ese paquete que armaba con repulgue y orejas. Digamos que había que tenercierta destreza y gracia para hacerlo aceptablemente y rápido, no era cuestión de que cualquiera pudiera aproximarseagarrando el papel y envolviendo como un verdadero almacenero.

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